Comentario
Cómo el Almirante descubrió la isla de la Trinidad y vio la Tierra Firme
Martes, último día de Julio del año 1498, después de navegar el Almirante muchos días hacia Poniente, tanto que en su opinión dejaba las islas de los Caribes al Norte, acordó no continuar más aquel camino, sino ir a la Española, no sólo porque padecía gran falta de agua; mas también porque todos los bastimentos se le deshacían; y también porque recelaba que en su ausencia hubiese ocurrido algún desorden y alboroto entre la gente que allí había dejado, como en efecto había sucedido, por lo que más adelante referiré. Por lo cual, dejando el camino de Poniente, tomó el del Norte, pareciéndole que tomaría por allí alguna de las islas de los Caribe, donde se refrescase la gente, y se proveyera de agua y leña, de lo que tenía gran necesidad. Así, pues, navegando una mañana por aquel camino, quiso Dios que a hora del mediodía, un marinero de Huelva llamado Alonso Pérez Nizardo, subido a la gabia, vio tierra al Occidente, a distancia de cinco leguas de la nave. Lo que vio fueron tres montes juntos al mismo tiempo. No mucho después vieron que la misma tierra se dilataba al Nordeste, todo cuanto que alcanzaba la vista, y aun parecía no verse hasta el fin. Por lo cual, habiendo todos dado muchas gracias a Dios, y recitado la Salve y otras oraciones devotas que en tiempos de tormenta y de alegría suelen rezar los marineros, el Almirante le puso el nombre de isla de la Trinidad; tanto por llevar pensamiento de poner este nombre a la primera tierra que hallase, como por parecerle que con esto daba gracias a Dios, que le había mostrado los tres montes juntos al mismo tiempo, según hemos dicho.
Después navegó con rumbo a Occidente para ir a un cabo que se veía más al Sur, y fue por la parte meridional de dicha isla hasta que llegó a dar fondo, pasadas cinco leguas de una punta que llamó de la Galea, a causa de un peñasco que había en aquélla, que lejos parecía una galera que iba a la vela. Por no tener a la sazón más que una pipa de agua para toda la tripulación de su nave, y las otras estaban con la misma necesidad, y allí no había comodidad para tomarla, luego, la mañana del miércoles siguiente, fue a detenerse junto a otro cabo que llamó de la Playa, donde con grande alegría bajó la gente a tierra y tomaron agua de un hermosísimo río, sin que en todo el contorno hallasen gente ni población alguna, aunque en toda la costa que habían dejado a mano derecha, hubiesen visto muchas casas y pueblos. Es verdad que encontraron vestigios de pescadores, que habían huido dejando algunas cosas de las que suelen disponer para la pesca. Allí encontraron también muchas huellas de animales que parecían ser cabras, y también los huesos de uno; pero, como la cabeza no tenía cuernos, creyeron que sería algún macaco o mono pequeño; como después supieron que era, por los muchos animales de aquellos que vieron en Paria. Aquel mismo día, que fue el primero de Agosto, navegando entre el cabo de la Galea y el de la Playa, sobre la mano izquierda, hacia el Sur, vieron la tierra firme, a distancia de veinticinco leguas, y pensaron que sería otra isla; creyéndolo así el Almirante, la llamó Isla Santa. La tierra que vieron de la isla de la Trinidad, esto es, desde un cabo al otro, se dilataba por treinta leguas de Este a Oeste sin puerto alguno; pero todo el país era muy hermoso, los árboles llegaban hasta el agua; había muchos pueblos y casas; todo muy ameno. Esta jornada la hicieron en brevísimo espacio, porque la corriente del mar era tan veloz hacia el Poniente, que parecía un río impetuoso, tanto de día como de noche, a todas horas, no obstante que subía y menguaba el agua en la playa, más de sesenta pasos con la marea, como en Sanlúcar de Barrameda suele acontecer cuando se hincha el agua, pues aunque ésta suba y baje, no por eso deja de correr hacia el mar.